miércoles, 29 de diciembre de 2010

CAPITULO 6


¿A quién se le ocurriría criar ratas en su armario?
A nadie.

¿A quién se le ocurriría llamar a su ex-mejor amiga con toda la tranquilidad del mundo después de varios meses sin dirigirle la palabra?
A nadie.

Simplemente es una cuestión de lógica, a nadie que no estuviera loco se le ocurriría criar asquerosas ratas junto a su ropa, al igual que después de cargarte una amistad por un chico se te ocurriría volver a enmendarla uniendo las dos mitades con una venda.

Pero ese hecho que parecía tan estúpido acababa de plantarse delante de mi camino y no sabía como pisarlo, o tal vez ignorarlo. Angela Me había llamado, necesitaba mi ayuda. Pues bien. Lo que pasó cuando fui a la tienda fue algo espectacular…
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Cogí la billetera azul marino de Jordi Lavanda y guardé en ella un billete de cinco euros... mi hucha estaba llena de billetes, pero las monedas escaseaban, aunque a mi madre le sucedía lo contrario.


La cantidad de calderilla que había en la cartera de mi madre era impresionante, le pedí cambio,y tardó bastante tiempo en juntar dos euros entre toda la cantidad de céntimos que se amontonaban en su monedero y que ocupaban un montón de espacio.

Cuando por fin estuve preparada, cogí el pañuelo azul cielo que había comprado días antes y me lo coloqué alrededor del cuello de forma descuidada mientras guardaba la billetera en el bolsillo de atrás del pantalón. Bajé las escaleras de la entrada y me dispuse a ir al supermercado. Miré el móvil. Ángela no me había mandado un sms ni nada de eso, y esperaba que no lo hiciese en toda la tarde. No quería hablar con ella pero la curiosidad por saber lo que quería de mí me mataba y no podía pensar en otra cosa que no fuera eso.

Estaba llegando a la Plaza Mayor, hacía un Sol espléndido y las calles estaban infestadas de numerosos artistas callejeros que ejercían todo tipo de actuaciones, desde hacer trucos de magia a tocar extraños instrumentos que no había visto en mi vida. Entonces, al subir las escaleras que llevaban a la plaza principal, me crucé con una mujer que trabajaba imitando a una estatua. Le eché unas monedas. Cuando sintió el ruido metálico que hicieron al entrar en el bote , la muchacha abrió los ojos y me dio las gracias.

Entré en le supermercado y me dirigí hacia la sección donde se encontraban las pilas y otros objetos como cables o enchufes. Cogí un pack que estaba de oferta y lo puse en el cesto que había cogido al entrar. Luego pasé por caja, aunque tuve que esperar bastante cola, ya que un señor de unos sesenta años más o menos, con ropas elegantes y un imponente bigote como el de Don Quijote casi se lleva el supermercado entero, y claro, le salió la cuenta a 120€, una cantidad bastante alta pero todos los productos que llevaba eran de marcas conocidas y muy publicitadas, por eso la suma de dinero que debía pagar era extraordinaria.

Al fin, me tocaba ya a mí, puse las pilas sobre la cinta negra y añadí a la compra unos chicles de melocotón, mis favoritos. Tras pagar todo, salí del establecimiento y decidí volver a casa por un camino un poco más largo y así dar una vuelta por la ciudad. Tenía tiempo de sobra, eran las siete y diez y podía estudiar hasta las once, total solo me quedaban por repasar siete páginas.

Me encaminé por una de las calles que llevaban a la parte antigua de la ciudad, entonces vi a Sandra y a Sergio morreándose en un pequeño callejón. ¿ No se suponía que Sergio estaba fall in love con Ángela?. De repente Sergio se giró un poco y abrió los ojos sin dejar de tener ocupada su lengua. Era evidente que me había visto. Entonces desaparecí entre el gentío y me apresuré a alejarme de la plazoleta antigua .Debía llamar a Ángela para contárselo, pero... ¿ y si no me creía?. No, no era el momento para dudar. Al llegar a casa la llamaría y se lo contaría todo, si no me creía allá ella.

Doblé la esquina de la calle San Ignacio y llegué a la frutería, saludé a la dependienta de la tiendecita y de repente miré hacía el bar " Los girasoles". Allí estaba Ángela, sentada con Luz en una de las mesitas exteriores de la pequeña taberna. Me hacerqué hacia ella. Ángela estaba llorando como una loca.

- Ángela, ¿ qué pasa?.- le pregunté mientras me sentaba en una de las sillas.

- Es Sergio, me ha dejado.- contó entre sollozos.

- Ya, lo he visto morreándose con Sandra.- le dije llena de valor.

-¿Qué?¿Cuándo?.- preguntó alterada.

- Bueno, me voy, te dejo con Rose.- dijo Luz. Luego se fue.

- Acabo de venir de la plazuela del casco viejo de la ciudad, estaban morreándose, y... creo que me han visto.

- Rose, ten mucho cuidado, no son lo que parecen, son peligrosos.- me susurró al oído.

- Pero, ¿ por qué?.- dije susurrando.

- Oh, no, están ahí.- dijo mientras me señalaba con la mirada a Sandra y a Sergio.- me voy, no deben verme contigo. Te llamo hoy por la noche, ten el móvil a mano, te lo contaré todo.

Y se marchó sin decirme nada más.


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