Me aseguré de que nadie se encontrara a mi alrededor y entonces, todo se difundió en un solo sonido, un piano, una melodía. A medida que me iba acercando, el sonido aumentaba y parecía que el ritmo de la harmónica canción aumentaba.
La curiosidad me invadía, como la humedad en invierno, y era tal la sensación que escuchaba los latidos de mi corazón. Tras atravesar el pasillo me quedé inmovilizada imaginando la cara de quien tocaba el preciado instrumento antes de deslizarme por la pared y abrir la puerta.
Respiré profundamente y me avalancé hacia el destino. Tuve la suerte de que las dos grandes puertas que guardaban la gran estancia no estaban del todo cerradas, y entre ellas, había una grieta, un halo de luz que se filtraba.
Mis ojos no se resistieron y se asomaron, viendo algo realmente maravilloso e inimaginable.
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